En la noche bella pero fria, en el barrio Tres Cerritos, salía pensando en nimiedades que ganaban mi preocupación; iba camino al auto (que está sucio y tengo que llevar al lavadero, con las cubiertas gastadas y que tengo que comprar... pero al auto en fin, y que además es casi nuevo). El paso era apurado, decidido, ciego... Cuando lo ví. Entre las sombras que la arboleda hace a los faroles de la calle; estaba abrigado de tan solo una remera y un viejo, viejo, pantalón de vestir, quizá casi tan viejo como sus zapatos; asomado sobre el tacho de basura, buscando entre los desechos de la sociedad algo que pudiera serle útil para comer o vender (para poder comer, claro). Ese era su lugar, circunstancial, involuntario, pero su lugar. Tenía otras bolsas grandes y vacías, para guardar los desechos de las bolsas que él rompía ¿no es cuestión de ensuciar, vio? Porque ¿Qué culpa tienen los vecinos de su hambruna, no? Tenía hambre, seguramente frío; y también tiempo para preocuparse de los demás, del barrio, de los vecinos. Rompía una bolsa, tomaba lo que le servía, el resto iba a las bolsas nuevas.
Debo confesar que una profunda vergüenza y compasión se apoderó de mi alma, vergüenza de mí, compasión de ambos. Subí al auto y recé acongojado un avemaría; avemaría retadora, miré el asiento de atrás, metí la mano a los bolsillos, tomé lo que tenía y bajando del auto caminé directamente a su persona, y al ponerme frente a él:
-maestro.
-Sí, señor -responde mirando desde abajo (para entonces estaba de cuclillas, guardando la basura de los otros, que no servía ni para él)-
Le estreché fuertemente la mano (y entre la suya la mía parecía la de un niño, que nunca jamás ha trabajado de verdad) y con ella le dejé algo, que no es todo, que no es suficiente, que no es la solución... y le dije:
-Le puede servir.
-GRACIAS. - Escueto, sincero. Desde abajo.-
-maestro.
-Sí, señor -responde mirando desde abajo (para entonces estaba de cuclillas, guardando la basura de los otros, que no servía ni para él)-
Le estreché fuertemente la mano (y entre la suya la mía parecía la de un niño, que nunca jamás ha trabajado de verdad) y con ella le dejé algo, que no es todo, que no es suficiente, que no es la solución... y le dije:
-Le puede servir.
-GRACIAS. - Escueto, sincero. Desde abajo.-
Quisiera tomarte de la mano, ponerte de pie y que de frente me retes, por mi tremenda cobardía. Que me enseñes de la vida, porque después de todo...
¿Qué hice yo para merecer lo que tengo? ¿Que hago yo para ser digno de tus "gracias"? Una mano en el bolsillo...
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