lunes, 30 de mayo de 2016

SANTA JUANA DE ARCO

Siempre me gustó la vida de santa Juana.

Es extraña: piadosa y combativa; yo diría miliciana.

Se dice que hay santos que son más para admirar que para imitar. Y en cierto sentido es verdad: pero yo digo lo siguiente: la admiración quiérase o no, lleva a la imitación y aquí concuerdo con un monje trapense llamado M. Raymond que decía que imitar no es lo mismo que reproducir. O sea, si un varón quisiera ser caballero (como los caballeros medievales) con su novia o con cualquier otra muchacha, no tiene que vestirse como el Quijote y salir a dar manosdobles; le basta con ser siempre atento a sus necesidades, desde correrle la silla o invitarla a comer de vez en cuando –y pagar, aunque la novia coma mucho-; o defenderla eventualmente de algún loco desairado, que ya los hubo antes y los seguirá habiendo. Eso, al fin y al cabo – la solicitud a la necesidad del otro- es el espíritu caballeresco.
Dicho esto veamos ahora porqué me gusta tanto doña Juanita de Arco. Por lo que ya dije antes: es bien miliciana. La vida miliciana bien vivida fascina, admira. Veamos bien a Juana; doy por supuesto que conocen su vida y solo marco algunos hechos:

A los trece o catorce años comienza a oír voces que poco a poco le van revelando una misión sobrenatural: ¡Salvar Francia! (menuda misión para una campesina del siglo XV). Los ingleses –que raro los ingleses- arrasaban sus dominios, humillaban a su gente, desposeían sus templos y monasterios, se quedaban con sus tierras… y ningún compatriota, militar o real, podía evitarlo… ella sí.

Pasan varios años hasta que se lanza a la misión, y una vez lanzada nadie puede detenerla; esta pequeña doncella de Orleáns se convierte a los diecisiete años en la heroína de una nación poderosa pero fuertemente devastada como lo era la Francia medieval. En el medio vienen viajes, batallas, calores, fríos, hambre, y victorias; batallas y victorias.
Finalmente muere traicionada y en una hoguera. Algunos consideraran a esto como una pérdida, dejemos que ella misma lo refiera:
(le preguntaba el tribunal a Juana si era un ángel el que le hablaba)
-¿Era San Miguel, el mismo que se os apareció al principio?
-El mismo.
-¿Os habría fallado entonces, al menos para los bienes de éste mundo?
-Puesto que era la voluntad de Dios, mejor habrá sido que yo fuera apresada.
Me viene a la mente aquel poema:
¿Qué es la muerte? Una ganancia
Do el mayor bien se alcanza…
Ninguna crónica lo refiere, pero yo la imagino repitiendo aquella frase de san Pablo: Bonum certamen certavi – he combatido el buen combate-.

Bien ¿en qué se parece esto que narramos con la vida de una adalid de hoy? Primero que ambas tienen entre catorce y diecisiete años, pero parece que en nada más… Juana de Arco vivía en un tiempo convulsionado de guerras pero fuertemente arraigado en una identidad fortísima: la Cultura Católica. Ella es producto de esta cultura, pero a la vez es una santa innovadora. Europa se había asentado ya en la base del modelo monacal y caballeresco, ambos a su manera desparramaban virtudes heroicas; Juana conjuga una y otra actividad, ambas propias de los hombres. Y utiliza una ardua labor, que tenía como cimientos una gran interioridad y sobrenatural contemplación, para salvar a su patria.
Juana descubre la misión a los 13 o 14 años; es, según yo, la edad ideal, porque allí una empieza a hacerse mujercita de verdad, o no. Y ya desde ese momento comienza la batalla: Juana de Arco se hizo esperar, tanto que el Señor se lo reprochó:
-¡Yo te lo mando! Le dijo.
¡Terrible exhortación tuvo que hacerle! Parece que la hubiese mandado a releer este salmo que dice:
El Señor está conmigo, nada temo
El Señor está conmigo
¿Quién podrá contra mí?

Después que una adalid empieza a escuchar el llamado de Dios tiene que ir prestando atención, porque después del llamado viene la misión; y yo tengo que entrenarme para eso ¿dónde? En lo ordinario: por ahora en el Ruca, en mi familia y en el colegio. Esos son hoy mis espacios de salvación
-¡pero yo quiero otras batallas! Dicen sin estar preparadas
Y cuando lleguen las otras batallas querrán volver al colegio…
Por eso es importante vivir el día santamente, lo demás vendrá después.

Parece fácil este entrenamiento; no nos engañemos porque no lo es. Juana de Arco vivió una historia extraordinaria en la Francia del siglo XV, a ustedes les toca vivir una historia ordinaria en la Argentina del siglo XXI, y no sé qué es más difícil. Lo que sí sé es que tanto una como otra fueron llamadas a la santidad, eso es ineludible.

A Juana le tocó luchar con los prejuicios de su tiempo, a ustedes con la liberalidad del nuestro. La mujer hoy está más denigrada, y el combate es más duro: el maligno será maligno pero es muy inteligente, miren si no: boliches, consumismo, telenovelas, sensualismos, sentimentalismos, mentiras, y vosotras… en medio de todo eso: no es fácil, pero nadie dijo que lo sería.

Pero Juana venció, y se mandó –o la mandaron- y ya nada pudo detenerla: fue la salvadora de Francia.

En fin, veo otras muchas coincidencias, pero solo refiero las últimas: la femineidad, la prudencia y la magnanimidad.

A ver:
  • La femineidad: que permite guardar todas las riquezas de ser mujer: pudor, fortaleza, piedad, capacidad para soportar el dolor, etc., etc., etc. Y algún sonso podrá decir (imagínenselo bien sonso diciendo esto): -Pero Juana de Arco se vestía de varón… Es cierto. Pero precisamente para no ser cómplice de miradas impuras, porque Juana no iba a meterse en un club de caballeros, sino con guerreros, muchos de ellos virtuosos, y otros que aún estaban muy lejos de serlo. Y por eso Juana no solo acepta sino que pide vestirse con ropas masculinas, una humillación que prefiere a pecar, o a ser cómplice de pecado: bien femenina la niña.
  • La prudencia: que me permite saber cómo, cuándo y en qué medida se debe actuar y cuando no. El mismo sonso: -Pero a ella la quemaron en la hoguera…! Claro sonso, por prudente: se debe obedecer a Dios antes que a los hombres.
-¿Creías obrar bien partiendo sin permiso de padre y de madre?
- Puesto que Dios me lo ordenaba, convenía hacerlo: aun cuando hubiera tenido cien padres y cien madres y aunque hubiera sido hija de rey, hubiera partido.
Estas palabras del proceso ¿no les recuerdan a estas otras de Cristo: Por qué me buscáis, no sabéis acaso que debo hacer la voluntad de mi Padre que está en los cielos? A mí sí.
  • La magnanimidad; la que dispone el espíritu para las grandes empresas, sin temor a los sacrificios y a las renuncias; virtud enteramente necesaria para la santidad.
De esto ni hablar el sonso ¿o puede acaso negar la importancia de esta niña para la liberación de Francia?

Admiren a Juana de Arco. Recién el P. Fosbery les dijo que tiene que imitarla, no dijo reproducirla, que sería absurdo, imitarla en su determinación, en su fe, en su valentía, en su patriotismo y fundamentalmente en la femineidad, la prudencia y en la magnanimidad.

¿No ven acaso que no es al azar que ustedes deban forjar estas virtudes? Ahora las queremos ver haciéndolo, es difícil ¡vaya que sí! Pero el Señor nos responde:
-¡Yo te lo mando!
Y Juana desde el cielo nos mira y nos dice: -Yo pude.


Debajo, carbón ardiente,
Que tierna carne abrasa,
por arriba, incandescente
la luz de la esperanza:

Revuela cortando el silencio
recuerdo de niña mansa
que a las órdenes del Rey
por duro camino avanza:

Un sol que se estrella
entre cotas y corazas
entre petos, armaduras
y férreas lanzas,

miles de soles parecen
alzar desde la tierra alabanzas
y adelante un sol pequeño
con un estandarte que canta:
  
“Jesús, María”
Y así con la infantería
Juana y Francia avanzan.

Ahora desde la hoguera clama
-¿Qué hice, Señor,
para no merecer más gracia?
Y otra vez la voz que repite:
-Fuiste niña santa.

Podríamos decir que gime,
Que entre sollozos
profiere amenazas,
nada de eso:

Al madero ella se abraza
Y repite en silencio
–porque eres santa,
porque eres santa.


… Espada, escudo y lanza en acción, que Cristo reine en el corazón… ¡Feliz día de la Adalid!

¡A tus órdenes!

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