martes, 2 de abril de 2024

Inauguración Plaza Mayor Juan de la Cruz Martearena, San Lorenzo

La Guerra es siempre un hecho brutal, despiadado, cruel; un hecho que de sí mismo deseamos que desaparezca de la faz de la tierra. Pero no podemos pecar de ingenuidad, la guerra, cuyo vocablo nominal proviene del término germano "werra", quiere decir discordia, pelea; y sabemos que desde los inicios de la humanidad la discordia ha sido una constante entre los hombres, y más aun entre los pueblos. Las arcaicas civilizaciones, más preocupadas por satisfacer básicas necesidades, no han teorizado demasiado sobre ella, limitándose a lo sumo a atribuirle orígenes míticos. Nosotros sabemos que es el resultado directo del pecado: El Señor Dios, dijo a Adán que por haber pecado, “será maldita la tierra por tu causa” (Gen. 3, 17). Desde entonces la discordia ha sido una realidad y la guerra una de sus dolorosas consecuencias.

La guerra, que es de suyo es un hecho indeseable, en la doctrina cristiana, por paradójico que parezca, puede, cuando no hay otra opción en defensa del Bien Común, convertirse en justa. La primacía siempre debe ser el Bien, para no caer en los extremos de la pusilanimidad, que nos aparta del bien y del deber, y del belicismo que justifica agresiones que nada tiene que ver con la defensa del derecho del agredido.

Cuando Inglaterra agredió nuestro derecho sobre nuestras Islas desde 1833, usurpó nuestro territorio y es una agresión que permaneció, minuto a minuto, durante casi un siglo y medio. No hubo, ni parece que haya aun, intención de restituirlas. Por otro lado, Francisco de Vitoria, aseveró que no es justa causa de guerra el querer ensanchar el propio territorio”, cual era el deseo de Inglaterra.

Argentina ha recibido en su historia cinco invasiones inglesas en su historia: 1765, 1806, 1807, 1833 y 1845, la gloriosa recuperación del territorio por el pueblo de Buenos Aires habían restituído el derecho y el honor de nuestro pueblo en 1806 y 1807, como lo había hecho el valor de nuestros soldados en 1845, tras la Vuelta de Obligado donde nuestros hombres de armas lograron una paz honrosísima para Argentina, reconocer su soberanía, devolver la Isla Martín García y saludar el pabellón  celeste y blanco con 21 cañonazos de desagravio. Nos debían la cuarta, reparada el 2 de abril de 1982.

Esa mañana, hombres dirigidos por el contra almirante Busser desembarcaron en nuestras ansiadas islas, previo reconocimiento de un grupo de valientes soldados que recorrieron las playas de los archipiélagos, tomaron la casa del gobernador inglés, sin realizar un solo disparo, como lo había ordenado su jefe, tras la advertencia de castigar severamente cualquier abuso contra la población civil. 

Cae heroicamentente el cap de corbeta Pedro Giachino, el primero de una legión de hermanos que van a hacer la ofrenda más valorable y honorífica que puede realizar un hombre: dar su vida individual y concreta por el Bien Común de la Nación, amar tanto a su patria que sería capaz de dar la vida por ella, es la donación al bien común que, en estos casos, Tomás de Aquino considera justicia (patriotismo)

Acuña, un soldado desembarcado esos días relata: La parte táctica estuvo muy bien. Muy pero muy bien. Fuimos justos, mostramos estar adiestrados, hicimos las cosas bien". Y añade: "Si alguna vez escuchan esas palabras 'los chicos de la guerra', por favor no lo repitan. Los conscriptos que estaban en el "San Antonio" eran marineros hechos y derechos, que cumplían con su obligación y querían más. Antes de terminar la guerra, cuando llegó una nueva camada de conscriptos, los que estaban a bordo no se querían ir". 

Pero no solo que los conscriptos no querían irse, hay historias de muchos que no estaban allí aun, pero que solicitaban unirse al combate, quizá el más conocido de ellos sea el Sgto. Mario Antonio “Perro” Cisneros, que antes de ser enviado al Frente, donó la mitad de su sueldo al Fondo Patriótico insistió en ser enviado a las Islas y estando en combate se ofreció a detener el avance del enemigo con una MAG, razón por la cual fue muerto por ser blanco de un misil. En su bolsillo se encontró una oración que decía: “Señor, te pido que mi cuerpo sepa morir con la sonrisa en los labios, como murieron tus mártires… ayúdame a vivir, y de ser necesario a morir como un soldado… He querido ser el más valiente del Ejército y el argentino más amante de mi Patria. Perdóname este orgullo, Señor.” Cisneros fue a entregar su vida la patria, y no fue el único. Cuántas oraciones en silencio habrán proferido nuestros héroes… cuántas cartas de amor habrán quedado sin escribirse. Cisneros no fue el único.

Juan de la Cruz Martearena fue instruido como piloto de Fuerza Aérea en el momento de oro de la Fuerza, pero al momento del Conflicto su situación era particular. Es que hay un mandato divino que dice “Honrarás padre y madre” y del cual se sigue, como extensión de ello, el amor patrio. Y Juan de la Cruz tenía un doble deber: ser un buen padre, y ser un buen hijo. Eso lo llevó a dejar el servicio activo y dedicarse a cumplir con el amor de un padre: en 1973 el my Juan de la Cruz Martearena deja la Fuerza Aérea para velar por la salud de su hijo mayor y aunque participa de la campaña por el Conflicto del Beagle dedica la mayor parte de su vida a la dirección de aviación civil como Jefe del Aeropuerto de Salta. Entendió Martearena aquello de que la patria empieza por la familia, y también entendió que situaciones extremas requieren de decisiones extremas y en 1982, el entonces capitán participa de la Guerra de Malvinas como piloto de un Hércules C-130. 8 vuelos fueron los que realizó, en medio de esa aparente encrucijada que muchos habrán tenido: el deber de padre de familia y el deber de hijo de una patria ¿cómo pagar todo el bien que nos han dado los padres? ¿Cómo pagar el bien que me ha dado la patria, como terra patrum, tierra de los padres? Desde la vida a cada uno de los bienes que me anteceden. No hay manera, pero es deber intentarlo. Y un buen patriota está dispuesto a dar la vida por la tierra que le legaron sus padres y de la cual serán herederos sus hijos. Así lo han entendido nuestros héroes de Malvinas, entre los que contamos al My Juan de la Cruz Martearearena, que también fue un voluntario que por su  cualificada instruccion militar se convirtió en combatiente.


Luego de la guerra se han sucedido injusticias y deshonras que contrastan con la valentía y el honor de nuestros soldados, Dios quiera que estas injusticias sean reparadas -este sencillo, pero significativo acto pretende ser un reparo en un pago en el que el apellido Martearena tiene un gran enraizamiento, pues antecede a su fundación- y que en nuestros suelos (en San Lorenzo, en Salta y en toda Argentina), también resuene los vivas a la Patria, como resonaron en Malvinas: ¡VIVA LA PATRIA¡


miércoles, 16 de junio de 2021

LA HEROICIDAD PROHIBIDA

 

La prohibición del desfile es un símbolo. Detrás de él esta la idea (si no la voluntad) de que honrar la patria y la heroicidad es cosa secundaria, poco importante.

Vital es una protesta de un partido de izquierda, sin barbijos, ni distancia, cortando avenidas por horas, sin que ningún medio de comunicación se escandalice y sin que ningún salteño se rebele a la agenda intencional de los pasquines políticos. No. Mas importante es el homenaje a un futbolista que no tiene nada de ejemplar para las futuras generaciones fuera de su manejo de una pelota. Los actos patrios y religiosos pueden esperar, o no hacerse, y listo. Las efemérides se han reducido a fechas turísticas, sin más. Argentina se vuelve un país sin espíritu.

Eso ha logrado la propaganda destructora de la cultura, pero no exclusivamente con Güemes, ni solo en

épocas de pandemia, pasa con Malvinas, con Manchalá, y con cuanto de honroso hay en la historia argentina, primero se minimiza, luego se tergiversa. Ninguna institución o personaje histórico que no pueda usarse, debe quedar en pie. Un ejército de argentinos unidos tras el ejemplo de causas trascendentes y hombres honrados, valientes, soberanos, no conviene; es un peligro. La virtud, y más la encarnada, es una denuncia viva al vicio y al vicioso.

Güemes fue un adicto a una causa: la libertad de América, con la que no ahorró medios ni recursos, empobreció y mando al frente de batalla a casi toda la población, por voluntad de la propia población  (¡buena parte de ella¡) Sarmiento dirá luego a Mitre que no ahorre en sangre de gauchos, que es lo único que tenían de seres humanos. Los humanos íntegros son los iluminados de Buenos Aires, acostumbrado a todo tipo de comercios, los de fuera son de barro (ni de palo). Güemes, olvidado por la historia oficial mitrista, fue la mejor expresión de la barbarie para aquellos cuyo modelo de país estaba en bajar pobladores de los barcos. Güemes convirtió a los barbaros, rotosos, analfabetos (que no incultos) en soldados de la patria, en héroes y arquetipos de la argentinidad, nada tenía que ver con el modelo de país de esos iluminados. Fueron rebeldes que se negaron a entregar el Norte a voluntad ajena y sacrificaron su pobre patrimonio, su vida misma. Güemes no ahorró en sangre de gauchos…  ni la suya salvó de la entrega. Eso lo hizo un líder y no solo un jefe.


Güemes fue un hombre incómodo, de esos que el hombre moderno, acostumbrado al macaneo preferiría no tener en los cuarteles, ni el empresario en su empresa, ni el gobernante en su gabinete. Pero es el tipo de hombres que todos, en todo tiempo, imploran en la Guerra. Un bárbaro de ppios incólumes e ideas intransigentes;  herido -traicionado por los de adentro, por los que no entendían de que se trataba, y por los que entendían muy bien y privilegiaban sus intereses- sabía que de no aceptar la ayuda médica que ofrecían los españoles moriría, llevaba días herido y sufriendo el frio del invierno a la intemperie, pero en vano fueron las promesas de bienes y de salud hecha por los realistas que se acercaron a la Quebrada de la Orqueta para tentarlo, también las amenazas, o el desdén español por sus soldados, gauchos rotosos, vagos, indignos de los salones preparados para la oficialidad, pero con una moral invencible, y vencedores de cuantas tácticas militares traían de Europa; así respondía Güemes en una ocasión:

“Yo no tengo más que gauchos honrados y valientes. No son asesinos, sino de los tiranos que quieren esclavizarnos... jamás lograrán seducir no a oficiales, pero ni al más infeliz gaucho: en el magnánimo corazón de éstos, no tiene acogida el interés, ni otro premio que su libertad.”

“y ya sabe también que otra vez no ha de a de hacer tan indecentes propuestas a un oficial de carácter” Los ofrecimientos realistas eran muy razonables en “los cálculos políticos o financieros” de los acostumbrados a la matemática del egoísmo. Para Güemes eran un insulto.

Güemes moría, y sabia que moría, cuando despachó al enviado español que una vez más volvía, llegando hasta su lecho de muerte, con sus “indecentes propuestas”. Güemes sabía que algunas cosas eran más importantes que los bienes materiales, y que su propia vida. Y murió cual Sócrates, cual Agamenón, no sin antes pedirle, el mismo sacrificio a sus gauchos rotosos: continuar la guerra después de su muerte, y “expulsar” a los realistas de Salta. Esta era la garantía de que Güemes no había muerto, Güemes ya no era un hombre, era una causa.

Si ud. (…) tiene ánimo de no sacrificarse, avíseme Ud. a la mayor brevedad para que con mis jefes le proporcione cuanto desee para su familia.” (Pedro Antonio Olañeta –Gral. realista- a Güemes, 1816)

¿Participar de la marcha en homenaje significaba la voluntad sacrificarse a sí  mismo y sacrificar a los vecinos de Salta?

Ni siquiera. Hay que ser sonso para creerlo. Los gauchos no iban a sacrificar, esta vez, otra cosa que su energía, parte de su patrimonio y su tiempo, como cada año lo hacen. El hombre de a caballo no es un kamikaze, no va al Homenaje ni a matar ni a morir.

La Agrupación Madre propuso hacer una marcha (no una protesta como algunos medios hicieron creer) por la ciudad, ni siquiera se trataba de un desfile con palco y concentrado en pocas calles, sino un recorrido por la ciudad, en muy amplio territorio, con caballos que  -fieles compañeros del gaucho-  naturalmente marcan una distancia mucho mayor a la solicitada, con uso de barbijos por reglamento, y sujeto a sanciones para quien no lo cumpla, sin reuniones previas ni posteriores.

Atravesar la ciudad a caballo, al aire libre, de pasada, con el poncho salteño, la bandera de Salta y la Argentina, los estandartes patrios y volver a sus hogares, con la satisfacción del bien cumplido; ¡más contacto hay en un supermercado! Considerando la naturaleza de las cosas y los factores de contagio el sentido común dicta que más peligroso es esperar el transporte público en la avenida San Martín, por ejemplo. Pero no importa.

El homenaje al futbolista del relato socialista, que agolpó un millón de personas alrededor de una casa fue auspiciado por el mismo gobierno que prohíbe el homenaje a un héroe hispanoamericano que peleó por la libertad hasta entregar la vida;  lo que se prohíbe es a una población que representa el  0,5% de personas que homenajearon a su futbolista, que pasan por un espacio mucho mayor,  al aire libre, con distancia,  con barbijos, sin reuniones, sin contactos, sujetos a normas. Creer que aquel aglomerado anárquico no produjo una catástrofe, pero que este recorrido por la ciudad era la antesala del Apocalipsis es de una inteligencia entregada a la opinión de los medios serviles  al relato oficialista.

Los prohibidos no son políticos que portan banderas partidarias, no son punteros que hacen batucadas o mandan a los pobres a mendigar al gobierno unos pesos para negociar poder en las roscas previas a elecciones. No portan camisetas de futbol o de partidos políticos, no son militantes partidarios, sino hombres de campo, que no conocen otra bandera que la Argentina u otra canción que el Himno patrio, que no portan sino estandartes que reviven virtudes casi olvidadas, herederos de unos hombres de cuya talla Salta y América toda ni siquiera parece que vayan a parir en muchísimo tiempo. Hombres, por cierto que no están exentos de vicios y defectos, pero sí mas preservados de la propaganda que corroe lo que toca. No es precisamente lo defectuoso, celebrado en otros, lo que se combate en ellos, sino precisamente aquel resto de dignidad que le queda a la Nación Argentina.

Contra estos hombres hay que levantar la voz, son un símbolo encarnado de aquellos intransigentes que se siguen homenajeando, y por eso son un peligro. Se pueden negociar restauraciones de monumentos olvidados, -y pagarlo con una desprestigiada y sospechosa Obra Pública- con punteros políticos, con gremios y con cámaras comerciales, pero con quienes encarnan la continuidad de la causa patriótica, no. Gauchos rotosos (o bárbaros oligarcas, hay insultos a la medida económica de cada uno).                                                          

Ya lo decía Fierro:

“Y dejo rodar la bola,
que algún día se ha de parar
tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el hoyo,
o hasta que venga algún criollo
en esta tierra a mandar.”

En este menjunje de información hubo quienes temieron, el temor es algo natural que se comparte y se entiende, sobre todo desde el engaño perpetrado; hubo cobardía, que es un temor servil e indebido, cosa que ni se comparte ni se entiende; pero también traición (no ya al presidente sino al espíritu mismo de la Agrupación Gauchos de Güemes), a ellos: a los traperos, a los que mellan desde adentro, a quienes patean en el suelo, quienes buscan rédito, a quienes hacen leña del árbol caído, mi más sincero repudio, mi explicito asco. Felicitaciones: por cobardes o por traidores, han entregado a Güemes, que ya no es un hombre, es una causa.

Los funcionarios funcionales decidieron, por salud, tan solo “permitir” que los gauchos realicen la simbólica custodia de los valores que encarno Güemes al pie de su monumento. Una guardia castrense con orden y disciplina, pero sin relevo cada 30 minutos como es lo habitual, sino cada 120.Dos horas sin moverse ni para mirar el reloj, en la fría madrugada polar, bajo la llovizna o el rocío, de pie, inmóviles, LOS MEDICOS DEL COE SABEN QUE ESO ES BUENO PARA LA SALUD. Si pensaron que los gauchos (los fieles) iban a declinar ante la absurda propuesta se equivocan: estaremos haciendo lo que no se pide siquiera a soldados profesionales (y claro, tampoco a la gente que pasea en los shoppigns o que aprovecha  el feriado para turistear). La Guerra es cultural y la carga  es contra los símbolos, ahí vamos a estar, de pie, con frio y bajo el agua si es necesario, firmes, custodiándolos. Que no lo entiendan es la señal más clara de la mella que hizo “el modelo” en sus corazones.

Mi homenaje a los gauchos que con sus atavíos, sus botas caballerescas, sus ponchos

colorados, sus sombreros aludos, sus estandartes y sus guardacalzones (todos símbolos, mas allá de su uso práctico)  son el ultimo bastión de la patria. De una patria que agoniza, pero sabiendo que la agonía no es muerte, sino lucha contra la muerte y sabiendo que esta arremetida no es la primera:

“El nada gana en la paz,

Y es el primero en la guerra;

No lo perdonan si yerra,

Que no saben perdonar,

Porque el gaucho en esta tierra

Sólo sirve pa votar.”

Y sabiendo que esta arremetida no será la última: pero seguiremos, agonizantes. Hasta que nada quede o hasta que se restaure aquella Argentina, la de la grandeza moral.

Para destruir la Nación basta con destruir sus arquetipos, el resto se hace solo.

El mensaje pudo haber sido -para toda la Argentina- el de una Salta soberana, heroica, y es el de una Salta sumisa, acobardada y que de tanta corrección política no es sino eternamente oficialista.

Lo heroico no es esencial, está prohibido.

miércoles, 1 de abril de 2020

LOS FALSOS HÉROES


Nada tiene de novedoso que en situaciones críticas surjan los héroes, aquellos heroicamente buenos y moralmente capaces para hacer lo que tienen que hacer, en el momento que deben hacerlo, más allá de la propia conveniencia y destacándose sobre el resto. Debemos aplaudirlos. Hay que sostener que el reconocimiento a la heroicidad se hace al ponerse de manifiesto aquello por lo que una persona se ha preparado desde siempre, o desde hace mucho tiempo al menos; no podemos pretender que el cobarde, cuya cobardía tendió raíces viciosamente en su persona, de repente en un momento crítico, de esos que exige de heroica valentía y el arrojo generoso infle hollywoodensemente el pecho hasta romper esas raíces del egoísmo profundamente caladas en su corazón y se haga valiente, no. En cambio aquel que pospuso su propia comodidad al Bien Común, aquel que se acostumbró a decir la verdad por mucho que le cueste, o aquel que pospuso crónicamente su descanso para aliviar al cansado… es muy probable que lo siga haciendo, y de una manera destacada, como lo enseña la clásica y básica doctrina de la educación en las virtudes.  De ahí la importancia de educar a los niños en la virtud y en el ideal. Ya  lo dice la Biblia “quien es fiel en lo poco es fiel en lo mucho, y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho”, las dos contracaras estarán más fuertemente manifiestas en situaciones extremas. Así en tiempos difíciles es natural que los héroes se multipliquen (o más bien se pongan de manifiesto) y los ruines se vuelvan más ruines (y se disfracen de héroes); eso no es raro, lo malo es que no sepamos distinguirlos.

Somos animales, y animales políticos decía Aristóteles, gregarios, de manada. Nos sentimos seguros en sociedad, por eso el primer núcleo de la sociedad que es nuestra familia llega a ser tan importante para nosotros, es natural; la familia es natural. Pero también es natural, como parte inherente al instinto de preservación de la vida y de la especie buscar seguridad en la sociedad, y sobre todo en el líder de la sociedad. No está mal. Esa idea anarquista de la horizontalidad absoluta es tan romántica como antinatural, nunca funcionó en ninguna manada y en ninguna sociedad, necesitamos sentirnos protegidos y proteger, forma parte de nuestra naturaleza animal y la elevamos hasta el límite de lo sobrenatural cuando lo hacemos con amor e inteligencia. Buscamos tanto como los perros y los caballos a un líder, pero debemos hacerlo inteligentemente.
Entre los animales no hay mentiras, no existe el engaño, actúan tal cual les manda la naturaleza, sin más. El caballo fuerte ejerce la fuerza sobre la manada y se gana el liderazgo alfa, los animales le temen y le obedecen –necesitan del fuerte para su defensa- pero en cuanto llegue otro más fuerte, que suele suceder, ese “líder” deja de serlo. Por otro lado hay en cada manada una yegua vieja, por lo general quien tiene un ojo poco avezado no sabe descubrirla, anda relajada y un poco alejada del resto; esa es la verdadera líder, la madrina. La manada le tiene una obediencia reverencial, confían con ceguera en ella, que no necesita la fuerza -de hecho con frecuencia es la más débil- sino la experiencia. Ella sabe dónde hay peligro y qué lugares son seguros, sabe dónde está la mejor pastura y el agua fresca, donde ella vaya irán los caballos, porque saben que nos los guiará por mal camino.
El hombre es consciente de la verdad y del bien, pero también de sus opuestos, y también del deseo intrínseco del hombre del bien y de la verdad; un hombre confiará en quien le diga la verdad y lo lleve al bien. Quien desee poder, aunque no tenga sabiduría, puede aun ser un alfa, en una sociedad que busca un verdadero líder: y si no se puede ser un hombre sabio y bueno porque nunca se preparó para ello (no se hizo virtuoso) al menos puede parecerlo. Puede bastar en tiempos de inseguridad, en los que se busca denodadamente el contraste, ponerse una capa y disfrazarse de héroe, de líder. Ojo con esos falsos líderes, los alfas no dejan de ser dominantes por la fuerza aunque se disfracen de madrinas. Ojo con los que se autoproclaman héroes y arman una épica alrededor, recuerden que la madrina anda sola y para quien no mira bien pasa casi desapercibida, no como una titiritera sombría que tiene algo que ocultar, sino con la seguridad de quien no necesita los aplausos. La madrina ni se autoproclama ni se impone, yeguas viejas hay muchas, pero ella es confiable, siempre. Ni se oculta ni se exalta.

Desconfie, desconfie de esos autoproclamados jefes, de esos que se montan sus propios monumentos y pagan aplaudidores. Confíe, confíe en los antecedentes, pues aunque un hombre no esté determinado por su pasado si está fuertemente condicionado por él. Si invita a una fiesta a un borracho, lo más probable es que se emborrache y también es probable que le pelee a los sobrios. Mire si su héroe tiene la virtud de la veracidad, si ha encarnado heroicamente el bien durante su vida, si ha sido coherente a costa de las propias pérdidas, si antepuso el Bien Comun al bien particular como regla permanente de su vida. Si no, sólo es un alfa, abusador. Y también un mentiroso.

Veo muchos alfas, cancheros, de manos en los bolsillos, saparastrosos, indisciplinados, soberbiotes, del insulto fácil y la mirada sobre un hombro contarte con unilateral discurso cómo el mundo entero los alaba, decirte que sin ellos no sos más que un miserable, son los que siempre han llevado la manada, una manada inválida, enferma, insegura, dependiente. Una manada acostumbrada al rigor, a la escasez de pastura y de agua fresca, una manada hambrienta de esperanza, proclive a cualquier discurso que se le asemeje. Es el momento, no sólo de los héroes, sino de los ruines que les roban la capa. 

Es también hora de que la manada diferencie un alfa de una madrina y que, de entre los héroes, surja un líder, uno que nos apaciente en las pasturas y no nos disfrace las patadas o las endulce con zanahorias, uno que no utilice la manada para complacer su egoísmo. Es hora de que de la crítica enfermedad, tras el proceso doloroso de la crisis (término médico que utilizaban los griegos para definir el momento crucial en el que un enfermo curaba o moría)  al fin pasemos a la vida saludable o sigamos en un adolescente síndrome de Estocolmo hasta la lenta muerte, en la mentira disfrazada de amor.

Porque sí, un ruín puede disfrazarse de héroe, un bravucón hacerse llamar sabio, y a nuestra conciencia confundida y a nuestro corazón deseoso de consuelo puede servirles -circunstancialmente- para entibiarse de la desolación externa, pero miremos con crítica y seamos un poquito más sabios, que el bravucón lo seguirá siendo aunque nos acaricie circunstancialmente y circunstancialmente nos haga olvidar de los golpes. Porque aunque se diga a sí mismo sabio y haga lo posible porque sus aplaudidores le endilguen ese título y aunque todo el mundo lo crea, su estulticia condición permanecerá intacta.
“Dejadlos, son ciegos, guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos irán a parar al precipicio.” (Mt. 15; 14)
Por ahora con reconocer su estulticia basta. Por ahora con desenmascarar al bravucón es suficiente. Por ahora con reconocer al golpeador basta. Por ahora con no olvidar los golpes basta. Por ahora.
Mañana aplaudamos a los verdaderos héroes, entonces nos iremos alejando del hoyo.



viernes, 22 de noviembre de 2019

DÍA DE LA MÚSICA

“La historia no está así escrita de antemano y toda la historia es como una espléndida sinfonía en la cual Dios, amo de la historia, es un músico y la misma historia es esa inmensa sinfonía; este músico inefable conduce la historia y es a la contemplación adonde nos conduce.” (cfr. Henri Irene Marrou)

El día 22 de noviembre se celebra el Día de música en honor a Santa Cecilia, mártir. Nos parece una iniciativa excelente la de celebrar un día de la música, y nos parece también oportuno que se la celebre en el día de una santa.
Es una gran iniciativa celebrar la música, pues con música celebramos toda ocasión de alegría, con música alegramos el corazón y aliviamos también alguna pena. ¿Cómo no celebrar la música si con ella expresamos nuestros más caros sentimientos y aún nuestros pensamientos más complejos, incluso mejor que lo hacen nuestras palabras?
Podríamos decir temerariamente: dime qué escuchás y te diré cómo sientes, te diré qué piensas y hasta qué tan cultivado es tu espíritu. Hazme oír música de tu pueblo y lo voy a describir. La música nos identifica. La hay para momentos alegres, para días nublados, para alentar en una cancha e incluso para recordar una batalla.
La música está presente en toda nuestra vida, y valga decir más: nuestra vida misma es música. El Universo lo es. La música es primariamente armonía, una melodía es armonía de sonidos en el tiempo… pero música también es un término que se ha utilizado para expresar el arte en general, que valga decir provenía de la inspiración de las musas, de allí el nombre de música.
La música se extiende a todo arte, y a la vez el arte puede extenderse a todo el universo, y es que el cosmos es orden, armonía, belleza ¿acaso no es armoniosa la variación de los días y las noches? ¿no es música el paso desde el verano al invierno? ¿No son ordenadas las estaciones del año a las que Vivaldi mismo le dedica una Obra, o mejor dicho las representa en notas sonantes? ¿No es música el árbol elevando siempre, o casi siempre, su copa al sol y enterrando sus raíces buscando minerales? ¿no es música la araña tejiendo su tela y el hornero batiendo las alas? ¿No es música aquellos colores y el viento que acaricia a los cerros?
Es verdad que hay tonos disonantes, los hay. Una enfermedad me suena a desafinación, la muerte es un ruido extraño, mis pequeñas desilusiones cotidianas son notas disonantes, rompen la armonía. O incluso tengo la sensación de que yo mismo soy el que no encajo en el todo. Pero fíjese: incluso con ellas podemos hacer una nueva melodía, recuerdo una película, se llama Crescendo, en ella la actriz principal decía lo siguiente: “las notas discordantes arruinan la sinfonía, como en un piano, si está desafinado, es inservible, las notas discordantes arruinan la sinfonía A MENOS que acojamos esa nota discordante y la utilicemos para usar una nueva sinfonía.”
El dolor, la enfermedad, la muerte, todo puede ser bien usado. Al respecto decía Borges que todo era “arcilla para su arte”, me permito citarlo, antes de terminar, aunque sea un poco largo; aquel día hablaba de la ceguera, su propia ceguera, y decía esto:
"La ceguera es un modo de vida (...), que no es totalmente malo, totalmente perverso, recordemos ahora los versos del mayor poeta español, de Fr. Luis de León:
"Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo."
Vivir sin odio es fácil (...) -continuaba Borges-, pero vivir sin amor es felizmente imposible para cada uno de nosotros (...) y si aceptamos que en el bien del cielo puede estar la sombra, entonces ¿quién vive más consigo mismo, quién puede explorarse más, quién puede conocerse más asimismo, según la sentencia socrática, que un ciego? (...) Forzosamente tiene que pasar horas de soledad, y para un escritor esto no es malo, el escritor vive la tarea de ser poeta, y no es tarea que se cumple con un determinado horario. Nadie es poeta de ocho a doce y de dos a seis, quien es poeta es poeta continuamente, se ve asaltado continuamente por la poesía, del mismo modo que un pintor, creo yo, siente que las formas y los colores están asediándolo, como el músico siente que el mundo de los sonidos, el mundo más extraño del arte, está buscándolo siempre, que hay melodías, y porque no discordias también, que lo buscan. Por esa tarea, para la tarea del arte, la ceguera no es del todo una desdicha, es una herramienta. Desde luego, para un escritor, o para todo hombre, todo lo que le ocurre es un instrumento, todas las cosas le han sido dadas por un fin, y esto tiene que ser más fuerte en el caso de un artista (..)todo lo que le pasa: incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras... todo le ha sido dado como arcilla como instrumento para su arte (...) Por eso yo hablé en un poema del antiguo alimento de los héroes, la humillación, la desdicha, la discordia, todo eso nos ha sido dado para que hagamos (...) cosas eternas, que quieren ser eternas (...). Todo eso me hace pensar que su desdicha no es desdicha total."
¿Quién puede entender mejor esto que una santa, y una santa capaz de dar la vida en testimonio de su fe? Si el cristiano es el más capacitado para descubrir la belleza del cosmos, su orden y su designios ¿no es también el más preparado para ver aún en las notas discordantes rastros de bien? Y es que en toda la creación se hallan vestigios del Creador…
Decía Chesterton: “El asombro tiene un positivo elemento de alabanza. (…).
Sentí en mis huesos, primero, que este mundo no se explica a sí mismo...
Segundo, llegué a sentir que la magia tenía un significado, y un significado debe tener alguien que lo signifique. En el mundo, había algo personal como una obra de arte. Lo que significara aquello, lo significaba violentamente.”
Y también dijo Pieper:
“Tales certezas significan fundamentalmente una sola cosa, siempre la misma: el mundo está en su sitio, todo llega a su meta; a pesar de todo, en el fondo de las cosas, hay paz, salvación y gloria; nada ni nadie está perdido, (…).
De este tipo de contemplación del mundo creado se alimenta incesantemente toda verdadera poesía y todo auténtico arte, cuya esencia es ser alabanza, loa, más allá de todo lamento. Y nadie que no sea capaz de esa contemplación puede componer de manera poética, esto es, de la única manera que tiene sentido. El carácter incesante del arte musical, su condición de necesario para la vida del hombre, reside, sobre todo, en que, a través de él, la contemplación de la creación se sustrae al olvido y permanece vigente.”
Quien así ve el mundo, ¿no verá también en lo discordante una oportunidad? Le basta tan solo mirar al Dios crucificado, el más bello de los hombres alcanza su plenitud desfigurado. Parece una paradoja y no lo es: ahora lo deforme y lo discorde es oportunidad.
Santa Cecilia hizo de su muerte un hermoso canto de alabanza; y su vida, sin haber entrado en cadencia, sino acallada violentamente, es puerta al coro de los ángeles…
¿Recuerdan a los jóvenes caldeos que son capaces de cantar y bailar en el horno ardiente? De ese modo imagino a Santa Cecilia, quien también cantaba a Dios en sus angustias. Todo es motivo de alabanza.
Por último quiero recordar otra película, August Rush, el personaje principal cierra diciendo: “Escucha. ¿La oyes? La música. Yo la oigo en todas partes. En el viento, en el aire, en la luz. Está por todas partes. Todo lo que tienes que hacer es abrirte. Todo lo que tienes que hacer es escuchar.”
La vida es música, escuchá, cantá, bailá. Pero esperá; que hay un lugar en donde las discordias ya no existen; por eso le pidamos a santa Cecilia que nos susurre en sueños un cántico celestial, que nos haga -a todos- nostálgicos del Paraíso.

viernes, 16 de noviembre de 2018

A un mes de su desaparición... MEMORIA DEL SAN JUAN para mis alumnos que egresan


“Militia est vita hominis super terram” reza el libro de Job, Milicia es la vida del hombre sobre la tierra. Y si milicia es nuestra vida, somos esencialmente soldados, hombres que combaten, día a día, minuto a minuto de nuestra existencia. Luchamos instintivamente contra el desenlace fatal de nuestra vida terrena, que es la muerte –nos resistimos a morir, la muerte no nos pertenece-. Luchamos para ganar el pan que asegura nuestra subsistencia, luchamos por evitar el dolor, por escapar de un sufrimiento, por el reconocimiento, otros por la gloria… tal vez alguno por el dinero, la fama, el poder… que tanto cuesta obtenerlo… somos luchadores, soldados, y nuestra vida es milicia… y hay quienes luchan soportando un dolor, acaparando sufrimientos, pasando hambre y desnudez, como la haría una abnegada madre que todo lo sacrifica por los hijos ¡vaya, que esa es una lucha superadora! … pero… ¿habrá quien luche, aceptando amorosamente dolores, hambre, fríos, fatigas por hijos que no son los propios? ¿Por propiedades que no le son privadas y glorias que no serán las suyas? ¿Hay quien sufra por un amor que a menudo no le corresponde? ¿Quién jure protección a sabiendas de sufrimiento y a sabiendas que puede terminar en muerte? ¿Habrá quién lleve esa carga sin exigir derechos y aun recibiendo oprobios que no le corresponden? ¿Habrá quién jure hacer justicia aun cuando la justicia no lo cubra? ¿Habrá hombres que luchen la lucha de otros hombres con el rostro erguido y el pecho inflamado? Sí, todos somos soldados, pero… ¿Habrán soldados que se sacrifiquen amando el sacrificio? Eso, pareciera ser cosa de profesionales.

Helos ahí, los que no vemos, los que pasan entre tantos hombres, uniformados, formados como uno, sin destacarse de sus compañeros, que son hermanos. Helos ahí, los que sacrifican todo, su confort, su familia, su tiempo y hasta su individualidad. Para eso han sido formados, y no renuncian a su juramento, un juramento de vida y de muerte por aquellos que no los vemos. Dejan su paz para que estemos tranquilos, pasan hambre para que no nos roben el pan, dejan su familia para proteger la nuestra. Son los que no luchan tanto por su vida, como sí por la vida de la Patria, que agoniza. Son los que se preparan para la guerra, para que no tengamos que vivirla.

Hoy se nos fueron 44. Son simbólicos, pero son reales. Son símbolo de los 44 millones de argentinos, quizá mostrándonos que somos la millonésima parte de lo que estamos llamados a ser. Son 44 paradigmas de amor y sacrificio. Se nos fueron al fondo, bien al fondo, como las semillas que florecen, se nos fueron al fondo, bien al fondo como se planta la picota fundacional sobre la que se alzarán las futuras generaciones; son un símbolo y son una realidad como lo son nuestros hijos y como lo es nuestra identidad fundacional. Son reales como la carne, la sangre, el rubor y la sonrisa de sus rostros, ocultos detrás del uniforme y de la gorra, son reales como sus historias y reales como los ojos que los lloran. Nuestros paradigmas, nuestros 44 soldados no son solo una desgracia, son nuestro futuro, que debe florecer de esta semilla.

Nuestro futuro de grandeza, que empieza desde abajo. Hasta abajo han llegado, porque hasta abajo los hemos enviado, pero como el fuego, desde abajo entibiarán una Argentina que se enfría. No han eludido su destino, que podría haber sido mejor. No eludamos el nuestro, que debe ser mejor.
Nuestros símbolos de carne y hueso fueron a defender nuestros mares, en una silenciosa guerra cotidiana, que no se ve. Allá fueron y allá lo están haciendo. Fueron ellos y fuimos nosotros, porque una guerra no la gana un ejército, la gana un pueblo… y también la pierde; Mansilla decía al combatir a la gigantesca flota anglo francesa:

"¡Vedlos, camaradas, allí los tenéis...! ¡Considerad el tamaño insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra Patria, al navegar las aguas de un rio que corre por el territorio de nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos! Pero se engañan esos miserables. ¡Aquí no lo serán! ... ¿No es verdad, camaradas? ¡Vamos a probarlo!... (…)

¡Mueran los enemigos!... ¡Trémole en el río Paraná y en sus costas el pabellón azul y blanco y vamos a morir todos antes que verlo bajar de donde flamea!"

Los hombres de Mansilla no han muerto, nuestros 44 no han muerto. Están vivos, los vemos. Aquí están.

Milicia es la vida del hombre sobre la tierra alumnos, quisimos enseñarles a combatir. Háganlo, en esta patria pasajera, hasta llegar a la Eterna... a decir, como dijo san Pablo: "Bonun certamen certavi": He fcombatido el buen combate.

Gracias.-

sábado, 10 de noviembre de 2018

TRADICIÓN (Discurso escrito en 2015 para alumnos secundarios)


Hoy en todo el territorio nacional se celebra el día de la Tradición, es preciso hablar de tres cosas para comprender mejor la naturaleza de esta celebración: 

1° ¿Qué es Tradición?
2° ¿Por qué la celebramos en este día?
3° ¿Por qué es preciso celebrarla?  

¿Qué es Tradición?
Como todo buen análisis para definir a una cosa primero es preciso acercarse a lo que nos dice su nombre. “Tradición”, y los profesores de latín podrán corregirme si me equivoco, viene de “traditio, traditionis”, que significa: enseñanza o transmisión. Proviene del verbo “tradere”:  “entregar”, compuesto a su vez por el prefijo “trans-” : “más alla, de un lado a otro” y el verbo “do, das, dare” : “dar”. Tradición en su análisis etimológico es, más o menos: dar o entregar de un lugar a otro” y semánticamente: lo que se entrega de una generación a otra.

Ahora, a un problema de gran tamaño podemos enfrentarnos si entendemos la tradición solo como aquello que hemos recibido de las generaciones pasadas; eso nos dirá su análisis nominal, ¡pero para entender bien la Tradición tendremos que entender su naturaleza misma! Porque digo, de repente yo de mis padres puedo heredar tanto la fe como una fiebre tifoidea[1], sin embargo la fiebre tifoidea no puede ser tradición, y si lo fuera no puedo celebrarla. La tradición no es todo lo que yo recibo de mis mayores, sino más bien lo que hay de valioso y aprovechable en eso.


Tradición no es conservar todo, sin discriminar entre lo realmente bueno y lo malo, tradición es llevar y transmitir lo que merece ser conservado. Mire, yo tenía un profesor que decía que solo puede progresar un pueblo que conserva lo que tiene que conservar. Imagine usted un gran árbol que tiene que tener una gran copa, pero que no ha echado raíces; ¡pobre árbol! primero difícilmente alcance a desarrollar la gran copa, y si la desarrolla… se va a desmoronar con el primer viento y es que ha perdido las bases, el fundamento para poder crecer…

Ahora imagine un árbol que solo se queda en las raíces, así: pequeño, rasante el suelo… no cumple con su destino, que son las alturas, un árbol enano no es árbol, o por lo menos no es un árbol pleno; que me disculpen los cultores del bonsaísmo. Por eso aquella frase que se le atribuye al Gral. San Martín: “Serás lo que debas ser, o no serás nada.” Y que por otro lado, se encuentra de manera muy parecida en el escudo nobiliario de su familia. Es decir, aquello San Martín no lo inventó, lo heredó.

La Tradición tiene entonces mucho que ver con lo que soy. Y lo que soy es lo que he recibido y lo que yo hago con lo que he recibido.


Mire para entender mejor la cosa: la tradición tiene dos vicios opuestos: el conservadurismo que se limita a guardar todo, como si todo tuviese el mismo valor; y el progresismo, los progresistas  se olvidan de su patria, de su Dios, de todo lo que no hayan hecho ellos mismos.

Los conservadores hacen de la patria un museo; mientras el progresista ve en el pasado, un lastre, un freno para el progreso. La historia para el conservador es nostalgia dolorosa y sufre en su recuerdo ¿vieron esos que siempre lloran diciendo “ay, en mis tiempos todo era mejor”? Bueno, ese es el hombre que no sabe reconocer nada bueno en la novedad porque quedó atascado a una circunstancia histórica particular, la pasada, y no puede salir de ahí; para el progresista, en cambio, la historia es obstáculo (por eso intenta eliminarla, despegarse de ella, como si un hijo pudiese, sin eliminarse a sí mismo, eliminar la sangre de sus padres que corre por sus venas). 

Para el tradicionalista la historia es como un resorte, que al contraerse lo impulsa hacia el futuro.

Por eso algún escritor dijo por allí que la tradición es la “transmisión del fuego, y no la adoración de las cenizas”.

Mire, las dos ideologías modernas, la socialista y la liberal se autodenominan “progresistas”, y lo son. Para ambos la tradición es obstáculo, baste leer a sus pensadores de moda: a Gramsci y a Fukuyama (correspondientemente) para entenderlo. Para ambos la idea de Nación (y más precisamente la de patria), y con ella la de familia, y la de religión, como factores importantísimos en la moral de Occidente, son un obstáculo a superar. Y es preciso orquestar toda una estructura sustentada desde un esfuerzo político enorme para desterrar o trastornar estas ideas de la sociedad política. Revisionismo histórico, leyes que atentan contra la familia, relativismo moral. Etc…


Yo les daba un ejemplo al principio: un hombre puede recibir de sus padres una fiebre tifoidea tanto como la fe ¿Cuál de las dos cosas es preciso cultivar, la fiebre o la fe? ¿Qué es digno de llamarse tradición?

Para comprender bien lo que es tradición es preciso hacerse dos preguntas ¿Qué es lo que he recibido? ¿Qué es lo que debo guardar y transmitir? Para eso es necesario un doble ejercicio de la inteligencia: descubrir quién soy y quién debo ser (y este “quién debo ser” trae aparejado otro ejercicio: el de la fineza espiritual e intelectual para descubrir la verdad y el bien).

Esto me lleva a la segunda pregunta: 
¿Por qué celebramos hoy el Día de la Tradición?
 Hace un año les decía yo que cuando el 9 de junio de 1938 se aprobaba el proyecto de Ley para declarar al 10 de noviembre día de la Tradición en Argentina, al menos tres verdades se suponían o aprobaban con ella:
  1. Reconocer que la Argentina, como Nación, tiene una identidad que la tipifica.
  2. Reconocer que era José Hernandez, nacido el 10 de noviembre de 1834, el mejor representante de esa identidad argentina. Y
  3. Que esa identidad es necesario recordarla y transmitirla.
No voy a volver a desarrollar lo que dije aquella vez, pero es preciso recordar un par de cosas:
José Hernández es el mejor representante de la identidad argentina porque supo entender el paradigma del hombre argentino y representarlo en nuestro poema nacional: el gaucho Martín Fierro.

Hernández era militar, periodista, escritor y político argentino que, nacido en Buenos Aires y de noble cuna, alzó la mirada más allá de la comodidad casera y el bienestar provincial para velar por el bien de la Nación entera, oponiéndose incluso por las armas, cuando fue necesario, a la opresión unitaria, que no era, como nos han querido enseñar, solo un modelo económico ¡no se trataba la lucha entre unitarios y federales simplemente del control del puerto! Se trataba más bien de darle al país un modelo, un modo, un estilo de vida. Estaban en pugna dos cosmovisiones de país muy distintas. La primera, la de los unitarios, era un idea extranjera, y necesariamente extranjerizante, con mayoría de representatividad porteña y que tenía puesta la mira en la Francia Revolucionada, en la Inglaterra industrial, y en los Estados Unidos liberal y masón. La segunda cosmovisión es la de los federales, un tanto romántica, nacional, con la mirada puesta en los confederados, en los argentinos de aquel momento, los hombres del campo, la gente del interior, del corazón de nuestro territorio nacional. Quería construir una Nación sobre sus cimientos propios, sin tener que derribarlos, porque, conociéndolos, le parecía valioso. Aunque, hay que decirlo, no todo lo que el hombre de aquel tiempo era, era valioso.

Los unitarios hoy se denominarían progresistas: es necesario ser como eran los ingleses, los franceses o los norteamericanos. Para eso hay que dejar ser como somos: ellos son la civilización, nosotros la barbarie. ¡Ojo, pudo haber sido verdad! ¡Puede ser que un pueblo sea bárbaro y haya que civilizarlo! Esto no era lo malo de aquella frase sarmientina. Pero considerar que el hombre del campo, el gaucho argentino con todo su acervo cultural e histórico era un bárbaro… es otro cantar. Si consideramos, como lo consideró Sarmiento, que la sangre del gaucho solo sirve para ser derramada estamos considerando que lo más profundo, su sangre, que es lo que recibe de sus padres (en otras palabras) solo es digno de ser arrojado, derramado. De otro modo no sirve.

¿Y qué había recibido de sus padres, a saber indios y españoles? Y… cosas buenas… y cosas malas. Las malas son dignas de ser rechazadas, las buenas de ser recordadas y cultivadas ¿Y cuáles, a grandes rasgos, son las cosas dignas de ser recordadas?

Del indio, entre otras cosas, su sentido de la realidad ¿tesis rara la que expongo? Sí, pero ¿quién tenía más contacto con lo real sino quién convivía cotidianamente con la naturaleza? ¿Quién más cultivaría la intuición, que no es científica, pero que nos pone de frente en un encuentro inmediato con las cosas, que aquel que las trata a diario? Baste recordar las alabanzas que Hernández en boca del gaucho Fierro hace a las habilidades del indio para domar un potro, conformado con él una simbiosis admirable. A esa intuición formidable del indio hay que agregarle un cultivo y educación de la razón. Podríamos también hablar del espíritu indómito y aventurero que tiene el indio, pero no nos olvidemos que el hidalgo español era conquistador, incluso más de almas que de territorios. Era también inquieto por naturaleza.

El español le dio mucho al gaucho, no solo la lengua y la fe, sino el sentido mismo de patria. Para el gaucho como para el hombre medieval (España fue el último reservorio del medioevo) la patria era algo bien concreto: la sangre. Ya sea representada en el Rey o en la familia; nosotros no teníamos rey, pero sí familia.

No vamos a analizar en el Martín Fierro todos los valores que allí se plasman, sin embargo, no puedo no ir al menos escuetamente a alguno de sus versos, en los que se reflejan sus más caros anhelos:

“Es el pobre en su orfandá
De su fortuna el deshecho,
Porque nadie toma a pecho
El defender a su raza:
Debe el gaucho tener casa,
Escuela, iglesia y derechos.”

“Y derechos”, dice, sin especificar, salvo, y en primer lugar, la casa, síntesis plástica de los valores primarios de su espíritu: el hogar, la familia, el amor. Y luego, “la escuela” y “la iglesia”, como prolongaciones inmediatas y necesarias de la casa, del hogar y la familia. Innumerables son los versos en los que Fierro habla de la familia, y ante su pérdida es cuando surge los sentimientos más duros del gaucho:
No hallé ni rastro del rancho;
Sólo estaba la tapera.
¡Por Cristo, si aquello era
Pa’ enlutar el corazón!

Y estalla la más violenta expresión de ira de todo el Poema:
Yo juré en aquella ocasión
Ser más malo que una fiera.

Seguido por el lamento surgido de su corazón cristiano:

¿Quién no sentirá lo mismo
Cuando ansí padece tanto?
Puedo asigurar que el llanto
Como una mujer largué.
¡Ay, mi Dios si me quedé
Más triste que Jueves Santo!

Ejemplos de amistad, como la de Fierro con Cruz, de caballerosidad como con la madre que pierde a su hijo, de piedad como cuando vuelve para enterrar al negro que asesinó y otros podemos encontrar de a muchos. Pero los que hacen a la familia, creo que yo, son los que abundan.
Fierro no se consideraba indio, a quien trata de manera muy severa, por ser estos “salvajes” y ”blasfemos”; tampoco se consideraba europeo “que no saben siquiera atracar un pingo”. El es gaucho…
Y entiéndanlo –dice- para mí la tierra es chica y pudiera ser mayor ni la víbora me pica, ni me quema mi frente el sol.
Este es el paradigma que se toma, el del gaucho, y por eso se celebra el día de la Tradición el día que fallece José Hernández, aquel que mejor lo ha interpretado, con sus vicios y virtudes. 

¿Por qué es necesario celebrar el Día de la Tradición?
Yo les hago otra pregunta ¿Cómo podemos llegar a ser lo que tenemos que ser si ni siquiera sabemos lo que somos? ¿Cómo vamos a cumplir con nuestro destino como Nación, aquel que Dios pensó desde el Principio, si ni siquiera podemos darle una identidad a nuestra Nación?  No conocemos nuestra historia, no conocemos nuestros héroes, no conocemos nuestros paradigmas.

Entonces vienen quienes tras la consigna de la “Revolución cultural”, que es una doctrina que existe y que se está aplicando con mucho éxito en América Latina y sobre todo en nuestra patria, derriban nuestros monumentos, olvidan a nuestros héroes, los castigan, los someten a situaciones denigrantes, mientras premian a hombres inmorales, mentirosos y traidores.

Y junto a su amigo –enemigo el liberalismo y su tan mentado Nuevo Orden Mundial quieren comprarnos proponiendo otros modelos, que colocan como un seductor paradigma: el hombre ligth, el de la moral laxa, el de la praxis absoluta y el sofista habilidoso, los hombres que no respetan a la mujer ni hacen de los más débiles una causa;  o el modelo más duro de la nueva izquierda progresista:, que traicionan a sus pares, que atacan a la familia, que atentan contra sus hijos y contra la fe de sus mayores:

Es para él como un juguete
Escupir un crucifijo
Pienso que Dios los maldijo
Y ansina el ñudo desato,
El indio, el cerdo y el gato
Redaman la sangre del hijo.

Se me ocurre pensar en las mujeres que piden abortos, mientras queman crucifijos y alguna imagen de la Virgen, bendita entre las mujeres

Odia de muerte al cristiano,
hace guerra sin cuartel;
para matar es sin yel,
es fiero de condición;
nogolpia la compasión
en el pecho del infiel.

La heroicidad de Fierro radica en su capacidad para soportar el dolor, y en la fuerza para combatirlo. He ahí lo que tenemos que aprender y conservar[2]. Ahí está el llamado a la heroicidad puede hablar del fuego, bonito y durante horas, pero eso no enciende a nadie; hay hacerse de fuego del fuego sagrado, tomar las lámparas votivas y abrasarse en ellas para convertirse en llamas olímpicas que es preciso pasar.

El “tradere” va íntimamente ligado al “conditor” que significa “fundar”, pero que también quiere decir enterrar bien profundo. Esta patria tiene una cultura fundante, solo podrá mantenerse en pie en la medida en que sus pilares, sus fundamentos, sigan bien firmes, enterrados bajo tierra, como las raíces del árbol más coposo se encuentran bien  profundas y fuertes. Cuando el árbol anda perdiendo las hojas, habría que revisar si no se han descuidado las raíces. El que desconoce sus raíces es como el hombre que por querer pertenecer a otra familia reniega de la suya hasta al punto de querer renunciar a los mismos huesos y a la misma sangre que le viene de los padres. Recuerda que eras lo que eres gracias a los que te precedieron, pero que tus hijos serán lo que tengan que ser gracias a ti.


Padres: sigan bendiciendo a sus hijos por la noche como lo hacían sus abuelos, no importa el cansancio, la falta de tiempo; hijos: esfuércense en imitar aquello de bueno que hay en sus padres, no importa lo que el temperamento adolescentón y rebelde les susurre al oído. Eso es Tradición. Gobernantes: sepan que olvidar lo que somos nos deja al intemperie de las decisiones arbitrarías de situaciones coyunturales por desconocer lo que somos y lo que estamos llamados a ser.

Amen, que nuestra patria se ha hecho con amor. Sean como Hernández: soldados y poetas, pues ¿acaso el hombre, insaciable buscador del bien y la belleza, puede aspirar a más que eso? Pues ni el patriotismo ni la santidad son posibles sin estos condimentos. Sepan buscar la belleza y luchen hasta alcanzarla. Si lo hacen dibujaran una gran sonrisa en el rostro de las viejas generaciones, y estos actos serán más que simples anécdotas.

“Mas Dios ha de permitir
Que esto llegue a mejorar;
Pero se ha de recordar,
Para hacer bien el trabajo,
Que el fuego, pa calentar,
Debe ir siempre por debajo.”

La patria sigue teniendo héroes, y algunos son cruelmente olvidados. Tiene héroes ¡Y aún necesita otros nuevos! No hay mejores tiempos para ser tradicionales. Dios nos bendiga.

 MUCHAS GRACIAS.-


[1] “Cuando los franceses festejan el 14 de julio me recuerdan a un hombre que festejara el aniversario del día que atrapara una tifoidea.” Jaques Bainville, citado por Castellani, en “Seis ensayos y tres cartas."


[2] “Jean de Viguerie, uno de los pensadores franceses más agudos de la actualidad, no temió afirmar la existencia de “dos patrias”, una la tradicional,  la otra posterior a la Revolución, totalmente distintas.” Alfredo Saenz, “La nave y las tempestades”, la Revolución Francesa, segunda parte, pg 13. Como sea, tanto el Nuevo Orden Mundial como la Revolución cultural, de moda en nuestros pagos tienen el mismo propósito.