La Guerra es siempre un hecho brutal, despiadado, cruel; un hecho que de sí mismo deseamos que desaparezca de la faz de la tierra. Pero no podemos pecar de ingenuidad, la guerra, cuyo vocablo nominal proviene del término germano "werra", quiere decir discordia, pelea; y sabemos que desde los inicios de la humanidad la discordia ha sido una constante entre los hombres, y más aun entre los pueblos. Las arcaicas civilizaciones, más preocupadas por satisfacer básicas necesidades, no han teorizado demasiado sobre ella, limitándose a lo sumo a atribuirle orígenes míticos. Nosotros sabemos que es el resultado directo del pecado: El Señor Dios, dijo a Adán que por haber pecado, “será maldita la tierra por tu causa” (Gen. 3, 17). Desde entonces la discordia ha sido una realidad y la guerra una de sus dolorosas consecuencias.
La guerra, que es de suyo es un hecho indeseable, en la doctrina cristiana, por paradójico que parezca, puede, cuando no hay otra opción en defensa del Bien Común, convertirse en justa. La primacía siempre debe ser el Bien, para no caer en los extremos de la pusilanimidad, que nos aparta del bien y del deber, y del belicismo que justifica agresiones que nada tiene que ver con la defensa del derecho del agredido.
Cuando Inglaterra agredió nuestro derecho sobre nuestras Islas desde 1833, usurpó nuestro territorio y es una agresión que permaneció, minuto a minuto, durante casi un siglo y medio. No hubo, ni parece que haya aun, intención de restituirlas. Por otro lado, Francisco de Vitoria, aseveró que no es justa causa de guerra el querer ensanchar el propio territorio”, cual era el deseo de Inglaterra.
Argentina ha recibido en su historia cinco invasiones inglesas en su historia: 1765, 1806, 1807, 1833 y 1845, la gloriosa recuperación del territorio por el pueblo de Buenos Aires habían restituído el derecho y el honor de nuestro pueblo en 1806 y 1807, como lo había hecho el valor de nuestros soldados en 1845, tras la Vuelta de Obligado donde nuestros hombres de armas lograron una paz honrosísima para Argentina, reconocer su soberanía, devolver la Isla Martín García y saludar el pabellón celeste y blanco con 21 cañonazos de desagravio. Nos debían la cuarta, reparada el 2 de abril de 1982.
Esa mañana, hombres dirigidos por el contra almirante Busser desembarcaron en nuestras ansiadas islas, previo reconocimiento de un grupo de valientes soldados que recorrieron las playas de los archipiélagos, tomaron la casa del gobernador inglés, sin realizar un solo disparo, como lo había ordenado su jefe, tras la advertencia de castigar severamente cualquier abuso contra la población civil.
Cae heroicamentente el cap de corbeta Pedro Giachino, el primero de una legión de hermanos que van a hacer la ofrenda más valorable y honorífica que puede realizar un hombre: dar su vida individual y concreta por el Bien Común de la Nación, amar tanto a su patria que sería capaz de dar la vida por ella, es la donación al bien común que, en estos casos, Tomás de Aquino considera justicia (patriotismo)
Acuña, un soldado desembarcado esos días relata: La parte táctica estuvo muy bien. Muy pero muy bien. Fuimos justos, mostramos estar adiestrados, hicimos las cosas bien". Y añade: "Si alguna vez escuchan esas palabras 'los chicos de la guerra', por favor no lo repitan. Los conscriptos que estaban en el "San Antonio" eran marineros hechos y derechos, que cumplían con su obligación y querían más. Antes de terminar la guerra, cuando llegó una nueva camada de conscriptos, los que estaban a bordo no se querían ir".
Pero no solo que los conscriptos no querían irse, hay historias de muchos que no estaban allí aun, pero que solicitaban unirse al combate, quizá el más conocido de ellos sea el Sgto. Mario Antonio “Perro” Cisneros, que antes de ser enviado al Frente, donó la mitad de su sueldo al Fondo Patriótico insistió en ser enviado a las Islas y estando en combate se ofreció a detener el avance del enemigo con una MAG, razón por la cual fue muerto por ser blanco de un misil. En su bolsillo se encontró una oración que decía: “Señor, te pido que mi cuerpo sepa morir con la sonrisa en los labios, como murieron tus mártires… ayúdame a vivir, y de ser necesario a morir como un soldado… He querido ser el más valiente del Ejército y el argentino más amante de mi Patria. Perdóname este orgullo, Señor.” Cisneros fue a entregar su vida la patria, y no fue el único. Cuántas oraciones en silencio habrán proferido nuestros héroes… cuántas cartas de amor habrán quedado sin escribirse. Cisneros no fue el único.
Juan de la Cruz Martearena fue instruido como piloto de Fuerza Aérea en el momento de oro de la Fuerza, pero al momento del Conflicto su situación era particular. Es que hay un mandato divino que dice “Honrarás padre y madre” y del cual se sigue, como extensión de ello, el amor patrio. Y Juan de la Cruz tenía un doble deber: ser un buen padre, y ser un buen hijo. Eso lo llevó a dejar el servicio activo y dedicarse a cumplir con el amor de un padre: en 1973 el my Juan de la Cruz Martearena deja la Fuerza Aérea para velar por la salud de su hijo mayor y aunque participa de la campaña por el Conflicto del Beagle dedica la mayor parte de su vida a la dirección de aviación civil como Jefe del Aeropuerto de Salta. Entendió Martearena aquello de que la patria empieza por la familia, y también entendió que situaciones extremas requieren de decisiones extremas y en 1982, el entonces capitán participa de la Guerra de Malvinas como piloto de un Hércules C-130. 8 vuelos fueron los que realizó, en medio de esa aparente encrucijada que muchos habrán tenido: el deber de padre de familia y el deber de hijo de una patria ¿cómo pagar todo el bien que nos han dado los padres? ¿Cómo pagar el bien que me ha dado la patria, como terra patrum, tierra de los padres? Desde la vida a cada uno de los bienes que me anteceden. No hay manera, pero es deber intentarlo. Y un buen patriota está dispuesto a dar la vida por la tierra que le legaron sus padres y de la cual serán herederos sus hijos. Así lo han entendido nuestros héroes de Malvinas, entre los que contamos al My Juan de la Cruz Martearearena, que también fue un voluntario que por su cualificada instruccion militar se convirtió en combatiente.
Luego de la guerra se han sucedido injusticias y deshonras que contrastan con la valentía y el honor de nuestros soldados, Dios quiera que estas injusticias sean reparadas -este sencillo, pero significativo acto pretende ser un reparo en un pago en el que el apellido Martearena tiene un gran enraizamiento, pues antecede a su fundación- y que en nuestros suelos (en San Lorenzo, en Salta y en toda Argentina), también resuene los vivas a la Patria, como resonaron en Malvinas: ¡VIVA LA PATRIA¡
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