“Un reino dividido contra sí mismo está condenado a desaparecer”, dijo Dios. Lo dijo Dios, Cristo, la Palabra eterna, por labios del evangelista Marcos: “Un reino dividido contra sí mismo, está condenado a desaparecer”.
Eso han querido, amados compatriotas (y perdonen que no haya sido formal en el inicio de mi discurso): Sra. Directora, señor Vice director, docentes, prefectos, personal no docente, padres, alumnos: un cúmulo de intereses representativos de algunos han querido hacernos desaparecer en la diversidad, en la no – identidad de un pueblo. Es que dos importantes bandos han peleado, hermanos, hasta la sangre y más aún por decidir el rumbo que debía tomar nuestra nación. Ha sido una guerra fratricida por quienes se han denominado “jóvenes idealistas” y quienes se consideraban custodios de la patria. Los hermanos se han peleado.
“Los hermanos sean unidos,
Porque ésa es la ley primera.
Tengan unión verdadera
En cualquier tiempo que sea
Porque si entre ellos pelean
Los devoran los de ajuera.”
Este gaucho rotoso, y que se ha portado mal en ocasiones, supo dar sabios consejos a sus hijos:
“Porque si entre ellos pelean
Los devoran los de ajuera.”
Cuando era niño - recuerdo- solía juntarme con mis primos (que eran muchos a la sazón) en casa de mi abuela, y de allí íbamos a jugar fútbol, contra los de esa cuadra, contra los de otra; no éramos buenos, pero nos conocíamos. No es que siempre ganáramos, pero una cosa era segura: cuando nos peleábamos, nos ¡“devoran los de ajuera”!. Quizá sea por eso, entre otras cosas, que nuestras mamás siempre cuidaban y cuidan porque seamos unidos y no estemos peleando. Nuestros padres quieren una familia unida, alumnos, y por eso en ocasiones deben regañarnos y no está mal eso.
Hemos sido víctimas de intereses ajenos a nuestro ser (nos devoran los de ajuera). Hoy la patria, que es madre, nos regaña, nos dá un tirón de orejas, y se duele, créanme profundamente cada vez que reflotamos nuevos odios, nos recuerda que está mal pelearse; ¡el mal que nos causó!
Perdonen que haga saltos de la patria a la familia y de la familia a la patria, pero es que están tan relacionadas… y es curioso porque Marcos evangelista después de la frase citada dice: “Y una familia dividida tampoco puede subsistir”. Es que lo que se practica en la familia se demuestra en la vida social y ciudadana. Hay que cuidar la familia y se salvará a la patria. Nuestros abuelos procuran no dejar la familia dividida a su muerte, la patria gime de dolor cuando queremos reavivar viejas heridas.
Es magnánimo recordar en la mesa navideña los males que me ocasionó mi hermano, y sin embargo sentarme en la misma mesa a disfrutar y planificar la familia, no tolerándolo sino amándolo. Con todo y sus defectos.
Olvidar no es posible, ni lícito tampoco. La memoria es un hecho que no podemos evitar en los sucesos trascendentes y es también una luz de alarma ante eventos subsiguientes: “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”, decía el español Ruiz de Santayana, y tenía razón. Pero a la historia hay que asumirla no como quien tiene una cadena al tobillo, sino como quien se tensa antes de dar el brinco y eso requiere de grandeza.
Un gesto tal fue el de Belgrano, que aunque extraños y enemigos de su patria, después de importante batalla hizo una inscripción en una cruz que decía: “a los vencedores y vencidos”. Gesto magnánimo el de San Martín que se negó empuñar la espada contra compatriotas (y pensar que muchos siguen haciéndolo día a día). Es a los muertos a los que recordamos, a ese triste saldo que nos ha quedado a más de treinta años; muertos de la fuerzas oficiales y las que no lo eran, “izquierdistas” y “derechistas”, niños y viejos, ricos y pobres, todos argentinos; NUESTROS muertos, “vencedores y vencidos”. "Una verdad a medias no es media verdad, es una mentira" decía Estrada, también es importante recordar eso. Preciso es no dejarme engañar por aquellos que están interesados en continuar la guerra con los odios. Debo recordar, pero recordar todo para no caer en simplificaciones contrastantes, buscar la verdad, porque en la verdad se hallará la justicia, que no es igual que venganza; por favor no confundir.
Tampoco debemos caer en los vicios opuestos de una historia negra o color de rosa, son banquinas que debemos evitar: “la verdad nos hará libres”. Pero “para ser libres nos ha liberado el Señor”, dice San Pablo; nos ha liberado de nuestros egoísmos, de nuestra carnalidad pequeña y encerrada en los límites de mi diminuta temporalidad, para dar un salto más allá de este tiempo y de todos los tiempos. Por eso creo que muchas veces del laberinto solo se sale por arriba, es preciso elevar los ojos y jurar como juraron todos nuestros próceres defender mi patria en honor a la Justicia y a la Verdad. Porque como decía Fierro:
“Que no tiene patriotismo,
Quien no cuida al compatriota.”
Y eso empieza ya por casa.
“Levantate, toma tu camilla y sígueme”.
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.
Nos sentimos heridos y agobiados.
Precisamos tu alivio y fortaleza.
Queremos ser nación,
una nación cuya identidad
sea la pasión por la verdad
y el compromiso por el bien común.
Danos la valentía de la libertad
de los hijos de Dios
para amar a todos sin excluir a nadie,
privilegiando a los pobres
y perdonando a los que nos ofenden,
aborreciendo el odio y construyendo la paz.
Concédenos la sabiduría del diálogo
y la alegría de la esperanza que no defrauda.
Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor,
cercanos a María, que desde Luján nos dice:
¡Argentina! ¡Canta y camina!
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.
Amén.
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