domingo, 10 de mayo de 2015

SARGENTO CISNEROS

Mario Antonio Cisneros, apodado "El perro", hoy cumpliría 59 años. Los cumpliría de estar físicamente entre nosotros, no lo está precisamente por esa bravura y fidelidad que le valió el apodo ¿sabe? Yo sé que para el hombre de negocios y de corbatas de cafés (sean las del traje o el uniforme) la cosa no es negocio. Pero igual le voy a contar: Cisneros era de esos soldados como los de antes ¿vio? De esos que no se quedaban impávidos ante la injusticia, de esos que no estaban dispuestos a entregar el honor por la jineta o los morlacos, cosa rara en nuestros tiempos, infestados de funcionarios que entran a los regimientos para derrumbar monumentos, amedrentar a los de adentro e irrespetar a los símbolos patrios y castrenses… bueno, era de esos viejos soldados que, a ejemplo de los grandes de la historia, vestían el uniforme soñando con enchastrarlo de barro y de su propia sangre antes de ver sangrar al amor de sus amores, a la razón de sus desvelos y cansancios, eso que los "fachos" llaman “Patria” y los modernos han emparejado a “democracia”, “libertad” y cosas por el estilo. Es que para él, la Patria tenía un sentido trascendente; pero trascendente como de paso, a ver: era un paso arduo que debía atravesar para llegar a la Meta, y cómo ese hombre era agradecido, sabía amar al Barco que lo conducía a la Casa.

Cisneros, así parece: era católico ferviente. Pienso que la gran confianza en la justicia celestial y en la Vida vera lo movían con ímpetu no solo a ser ejemplar entre sus camaradas, sino también a entregar como ofrenda cotidiana algo que para el hombre común es lo más valioso: la comodidad, la "libertad", y la misma vida terrena en ofrenda. Y con alegría, cosa más rara todavía para quien asocia sacrificio con penumbras.

El Perro es uno de esos hombres que incomodan, de esos que el tipo de la calle moderno, acostumbrado a macanear, preferiría no tenerlo en los cuarteles, ni el empresario en su empresa, ni el gobernante en su gabinete. Pero es el tipo de hombres que todos, en todo tiempo, imploran en la Guerra. Es de esos que tienen ideales más altos que su propia vida, y eso, casi siempre incomoda, pero a veces es necesario, absolutamente necesario, sobre todo para la sociedad que se asfixia en pusilanimidad.

Bueno, a lo que vamos: El Perro fue Comando e instructor de muchos comandos, en los que grabó a fuego, no solo su pericia, sino, y sobre, todo su valentía y liderazgo, cosa manifiesta en la Guerra. Una vez desatado el conflicto armado ofreció la mitad de su sueldo al Fondo Patriótico y pidió insistentemente a sus jefes que lo enviaran al Teatro de Operaciones, al Frente, a la Guerra, que para eso y no para los salones había calzado el uniforme. Lo enviaron, claro; no podía desperdiciarse, en tal necesidad, tamaño guerrero.

Antes de partir dijo: “Yo no me sé rendir… no me entrego prisionero. O ganamos o no vuelvo.” Cumplió su palabra, hasta el último minuto de su vida dio testimonio de lo que era: un luchador, un combatiente del buen combate, a lo Pablo de Tarso. Sí, señor, es que "milicia es la vida del hombre sobre la tierra." No otra cosa.

Dios lo tenga en la Patria Celestial, Sgto; y usted, Perro, allá, cerquita del Dueño, no se olvide de su patria terrenal, que está sangrando ¿vio?

Pro Patria ad Deum!.-


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