"El sistema de trabajo de Rosas era agotador. laboraba de mediodía hasta las tres de la mañana, sin pausas ni descansos. Fatigaba tres turnos de cuatro escribientes cada uno, en un dictado continuo, interrumpido apenas por la lectura de la correspondencia o los expedientes. Todo pasaba por sus manos: informes diplomáticos, notas de gobernadores, prueba de los artículos de periódicos, resoluciones administrativas, consultas de la aduana, policía o jefe del puerto, trámites militares, servicio de postas, peticiones particulares. Quince horas de jornada continua, mientras su hija Manuelita atendía las "relaciones públicas" en su nombre. Con los ministros se entendía por escrito, y solo los veía de tarde en tarde.
Era un recluso el hombre que hacía estremecer al continente.
Esa labor sedentaria en alguien acostumbrado a la vida de campo, su antihigénico sistema de alimentarse una sola vez al día -a las tres de la mañana-, falta de ejercicio porque acabó olvidando las pausas de los domingos, contribuyó a minarlo física y mentalmente. En 1852 no era un anciano con sus 59 años, pero estaba obeso, fofo y le fatigaba dar unos pasos.
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