Si Dios me da la gracia de un hijo, que no es un derecho ni una decisión, le enseñaría primero a ser agradecido. Y que a quienes más le debe es a Dios, a sus padres y a su patria. Le voy a decir que antes que la democracia está la patria y que más importante que ellas es la Verdad. Le voy a enseñar a ser libre (que es algo que se debe aprender), y para eso ANTES le voy a pedir que obedezca. Voy a “apretar” su inteligencia para que descubra la verdad, voy a fortalecer su voluntad para que se dirija al bien, voy a afinar su espíritu o espiritualizar sus sentidos para que descubra la belleza; y descubierta voy a pedirle que nunca deje de asombrarse ante ella. Le voy a mostrar que el hombre es distinto a la mujer, y que antes de pedirle a Dios una buena mujer debe procurar hacerse un hombre. Le voy a decir que en la escuela podrán enseñarle el alfabeto, pero que en casa aprenderá a leer; le voy a contar del Quijote, de Fierro, de Chesterton, de Papini y de los héroes de su patria, le voy a hablar de un curita que me hizo mucho bien; le voy a narrar de sus bisabuelos y le voy a rogar que no pierda ocasión de charlar con sus abuelos. Le voy a enseñar a valorar a los amigos y la vida social, pero más el silencio y la soledad. Que la política no es la economía. Le voy a enseñar a andar a caballo, a ensillar y a plantar algo, lo que sea. También de chiquito un deporte… de chiquito, cuando aún no sabe jugar.
Nunca le diré que debe aprenderlo todo y que la experiencia permite elegir mejor. Le diré que NO es cierto que para lograr algo basta que él lo quiera: antes que citarle frases exitistas lo mandaré a leer a Job, san Agustín antes que conocer a Perón. Le voy a decir que los principios sin virtud son un hermoso cheque sin fondos. Le voy a hablar del heroísmo, pero en esa línea le voy a enseñar que la victoria es algo ajeno a su decisión; que al hombre le atañe el combate ¡pero bien combatido!: que la mansedumbre sin astucia es de idiotas, pero que la astucia sin mansedumbre es de felones.
Le voy a dar una opinión: que su oración debe al fin reducirse a esto: 1. “Soy cera blanda entre tus dedos, haz lo que quieras conmigo.” 2. “Dame, Señor, lo que me pides y pídeme lo que quieras.”
Y Un día, de viejo y entre risas, le voy a pedir perdón. Perdón porque más que eso (y hoy dudo que incluso eso) puedo.
Tal vez solo sea una cosa de insomne, tal vez no.
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