La prohibición del desfile es un símbolo. Detrás de él esta la idea (si no la voluntad) de que honrar la patria y la heroicidad es cosa secundaria, poco importante.
Vital es una protesta de un
partido de izquierda, sin barbijos, ni distancia, cortando avenidas por horas,
sin que ningún medio de comunicación se escandalice y sin que ningún salteño se
rebele a la agenda intencional de los pasquines políticos. No. Mas importante
es el homenaje a un futbolista que no tiene nada de ejemplar para las futuras generaciones
fuera de su manejo de una pelota. Los actos patrios y religiosos pueden
esperar, o no hacerse, y listo. Las efemérides se han reducido a fechas
turísticas, sin más. Argentina se vuelve un país sin espíritu.
Eso ha logrado la propaganda destructora de la cultura, pero no exclusivamente
con Güemes, ni solo en
Güemes fue un adicto a una causa: la libertad de América, con la que no ahorró medios ni recursos, empobreció y mando al frente de batalla a casi toda la población, por voluntad de la propia población (¡buena parte de ella¡) Sarmiento dirá luego a Mitre que no ahorre en sangre de gauchos, que es lo único que tenían de seres humanos. Los humanos íntegros son los iluminados de Buenos Aires, acostumbrado a todo tipo de comercios, los de fuera son de barro (ni de palo). Güemes, olvidado por la historia oficial mitrista, fue la mejor expresión de la barbarie para aquellos cuyo modelo de país estaba en bajar pobladores de los barcos. Güemes convirtió a los barbaros, rotosos, analfabetos (que no incultos) en soldados de la patria, en héroes y arquetipos de la argentinidad, nada tenía que ver con el modelo de país de esos iluminados. Fueron rebeldes que se negaron a entregar el Norte a voluntad ajena y sacrificaron su pobre patrimonio, su vida misma. Güemes no ahorró en sangre de gauchos… ni la suya salvó de la entrega. Eso lo hizo un líder y no solo un jefe.
Güemes fue un hombre incómodo, de esos que el hombre moderno, acostumbrado al macaneo preferiría no tener en los cuarteles, ni el empresario en su empresa, ni el gobernante en su gabinete. Pero es el tipo de hombres que todos, en todo tiempo, imploran en la Guerra. Un bárbaro de ppios incólumes e ideas intransigentes; herido -traicionado por los de adentro, por los que no entendían de que se trataba, y por los que entendían muy bien y privilegiaban sus intereses- sabía que de no aceptar la ayuda médica que ofrecían los españoles moriría, llevaba días herido y sufriendo el frio del invierno a la intemperie, pero en vano fueron las promesas de bienes y de salud hecha por los realistas que se acercaron a la Quebrada de la Orqueta para tentarlo, también las amenazas, o el desdén español por sus soldados, gauchos rotosos, vagos, indignos de los salones preparados para la oficialidad, pero con una moral invencible, y vencedores de cuantas tácticas militares traían de Europa; así respondía Güemes en una ocasión:
“Yo no tengo más que gauchos honrados y valientes. No son asesinos, sino de los tiranos que quieren esclavizarnos... jamás lograrán seducir no a oficiales, pero ni al más infeliz gaucho: en el magnánimo corazón de éstos, no tiene acogida el interés, ni otro premio que su libertad.”
“y ya sabe también que otra vez no ha de a de hacer tan indecentes propuestas a un oficial de carácter” Los ofrecimientos realistas eran muy razonables en “los cálculos políticos o financieros” de los acostumbrados a la matemática del egoísmo. Para Güemes eran un insulto.
Güemes moría, y sabia que moría, cuando despachó al enviado español que una vez más volvía, llegando hasta su lecho de muerte, con sus “indecentes propuestas”. Güemes sabía que algunas cosas eran más importantes que los bienes materiales, y que su propia vida. Y murió cual Sócrates, cual Agamenón, no sin antes pedirle, el mismo sacrificio a sus gauchos rotosos: continuar la guerra después de su muerte, y “expulsar” a los realistas de Salta. Esta era la garantía de que Güemes no había muerto, Güemes ya no era un hombre, era una causa.
“Si ud. (…) tiene ánimo de no sacrificarse, avíseme Ud. a la mayor brevedad para que con mis jefes le proporcione cuanto desee para su familia.” (Pedro Antonio Olañeta –Gral. realista- a Güemes, 1816)
¿Participar de la marcha en homenaje significaba la voluntad sacrificarse a sí mismo y sacrificar a los vecinos de Salta?
Ni siquiera. Hay que ser sonso para creerlo. Los gauchos no iban a sacrificar, esta vez, otra cosa que su energía, parte de su patrimonio y su tiempo, como cada año lo hacen. El hombre de a caballo no es un kamikaze, no va al Homenaje ni a matar ni a morir.
La Agrupación Madre propuso hacer una marcha (no una protesta como algunos medios hicieron creer) por la ciudad, ni siquiera se trataba de un desfile con palco y concentrado en pocas calles, sino un recorrido por la ciudad, en muy amplio territorio, con caballos que -fieles compañeros del gaucho- naturalmente marcan una distancia mucho mayor a la solicitada, con uso de barbijos por reglamento, y sujeto a sanciones para quien no lo cumpla, sin reuniones previas ni posteriores.
Atravesar la ciudad a caballo, al aire libre, de pasada, con el poncho salteño, la bandera de Salta y la Argentina, los estandartes patrios y volver a sus hogares, con la satisfacción del bien cumplido; ¡más contacto hay en un supermercado! Considerando la naturaleza de las cosas y los factores de contagio el sentido común dicta que más peligroso es esperar el transporte público en la avenida San Martín, por ejemplo. Pero no importa.
El homenaje al futbolista del relato socialista, que agolpó un millón de personas alrededor de una casa fue auspiciado por el mismo gobierno que prohíbe el homenaje a un héroe hispanoamericano que peleó por la libertad hasta entregar la vida; lo que se prohíbe es a una población que representa el 0,5% de personas que homenajearon a su futbolista, que pasan por un espacio mucho mayor, al aire libre, con distancia, con barbijos, sin reuniones, sin contactos, sujetos a normas. Creer que aquel aglomerado anárquico no produjo una catástrofe, pero que este recorrido por la ciudad era la antesala del Apocalipsis es de una inteligencia entregada a la opinión de los medios serviles al relato oficialista.
Los prohibidos no son políticos que portan banderas partidarias, no son punteros que hacen batucadas o mandan a los pobres a mendigar al gobierno unos pesos para negociar poder en las roscas previas a elecciones. No portan camisetas de futbol o de partidos políticos, no son militantes partidarios, sino hombres de campo, que no conocen otra bandera que la Argentina u otra canción que el Himno patrio, que no portan sino estandartes que reviven virtudes casi olvidadas, herederos de unos hombres de cuya talla Salta y América toda ni siquiera parece que vayan a parir en muchísimo tiempo. Hombres, por cierto que no están exentos de vicios y defectos, pero sí mas preservados de la propaganda que corroe lo que toca. No es precisamente lo defectuoso, celebrado en otros, lo que se combate en ellos, sino precisamente aquel resto de dignidad que le queda a la Nación Argentina.
Contra estos hombres hay que levantar la voz, son un símbolo encarnado de aquellos intransigentes que se siguen homenajeando, y por eso son un peligro. Se pueden negociar restauraciones de monumentos olvidados, -y pagarlo con una desprestigiada y sospechosa Obra Pública- con punteros políticos, con gremios y con cámaras comerciales, pero con quienes encarnan la continuidad de la causa patriótica, no. Gauchos rotosos (o bárbaros oligarcas, hay insultos a la medida económica de cada uno).
Ya lo decía Fierro:
“Y dejo rodar la bola,
que algún día se ha de parar
tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el hoyo,
o hasta que venga algún criollo
en esta tierra a mandar.”
En este menjunje de información hubo
quienes temieron, el temor es algo natural que se comparte y se entiende, sobre
todo desde el engaño perpetrado; hubo cobardía, que es un temor servil e
indebido, cosa que ni se comparte ni se entiende; pero también traición (no ya
al presidente sino al espíritu mismo de la Agrupación Gauchos de Güemes), a
ellos: a los traperos, a los que mellan desde adentro, a quienes patean en el
suelo, quienes buscan rédito, a quienes hacen leña del árbol caído, mi más
sincero repudio, mi explicito asco. Felicitaciones: por cobardes o por
traidores, han entregado a Güemes, que ya no es un hombre, es una
causa.
Los funcionarios funcionales decidieron,
por salud, tan solo “permitir” que los gauchos realicen la simbólica
custodia de los valores que encarno Güemes al pie de su monumento. Una
guardia castrense con orden y disciplina, pero sin relevo cada 30 minutos como
es lo habitual, sino cada 120.Dos horas sin moverse ni para mirar el reloj, en
la fría madrugada polar, bajo la llovizna o el rocío, de pie, inmóviles, LOS
MEDICOS DEL COE SABEN QUE ESO ES BUENO PARA LA SALUD. Si pensaron que los gauchos
(los fieles) iban a declinar ante la absurda propuesta se equivocan: estaremos haciendo
lo que no se pide siquiera a soldados profesionales (y claro, tampoco a la gente
que pasea en los shoppigns o que aprovecha el feriado para turistear). La Guerra es
cultural y la carga es contra los símbolos, ahí vamos a estar, de pie, con frio y bajo el agua si es necesario,
firmes, custodiándolos. Que no lo entiendan es la señal más clara de la mella
que hizo “el modelo” en sus corazones.
Mi homenaje a los gauchos que con sus atavíos, sus botas caballerescas, sus ponchos
colorados, sus sombreros aludos, sus estandartes y sus guardacalzones (todos símbolos, mas allá de su uso práctico) son el ultimo bastión de la patria. De una patria que agoniza, pero sabiendo que la agonía no es muerte, sino lucha contra la muerte y sabiendo que esta arremetida no es la primera:“El nada gana en la paz,
Y es el primero en la guerra;
No lo perdonan si yerra,
Que no saben perdonar,
Porque el gaucho en esta tierra
Sólo sirve pa votar.”
Y sabiendo que esta arremetida no será la última: pero seguiremos, agonizantes. Hasta que nada quede o hasta que se restaure aquella Argentina, la de la grandeza moral.
Para destruir la Nación basta con destruir sus arquetipos, el resto se hace solo.
El mensaje pudo haber sido
-para toda la Argentina- el de una Salta soberana, heroica, y es el de una Salta
sumisa, acobardada y que de tanta corrección política no es sino eternamente
oficialista.
Lo heroico no es esencial, está prohibido.