Un acontecimiento histórico, tal
vez el mayor acontecimiento de la historia luego de la Encarnación del Cristo,
es la razón que nos motiva a romper el silencio de esta primaveral mañana.
Entre los prístinos cantos de las aves de nuestra Villa, una voz tosca se alce
para celebrarlo. 524 años han pasado
desde ese hito, en el que las carabelas que traían a ese Cristo Vivo, tocaran
nuestras costas, y como si fuera jocosa broma de la Providencia era Cristóforo,
el portador de Cristo, quien “comandaba” esas velas. Había partido del Puerto
de Palos, despidiéndose, de la Virgen de la Rábida sin saber que el vero Capitán
de la Historia tenía planes ajenos a los suyos. No estaban estos hombres
aventureros destinados a la suerte banal del comercio, el suyo era un negocio
mucho más alto, basado en la Economía de la Salvación. No lo sabían aún, como
Pedro, el apóstol, no sabía que ese mañana infructuosa de peces, rica de
Gracia, se toparía con el Mesías. Pero su corazón lo esperaba. La esperanza es
fruto del amor, y su recompensa es el bien amado; lo esperaba y por eso al
verlo lo reconoció: ¿Y tú quíen dices que soy yo, Pedro? – Tu eres el Mesías,
el hijo del Dios vivo ¡bienaventurado Pedro! ¡Bien aventurado Cristóbal, que en
adelante serás el estandarte que llevará impresa mi Cruz!
No estuvo solo en esta empresa,
miles de jóvenes soñadores la continuaron, era un empresa civilizadora llevada
a cabo con tesón e hidalguía en tierras inhóspitas y desconocidas; llenas de
peligros, desde el cardo espinoso a la selva tupida. Era una misión, una misión
enorme y gigantesca: la de portar a Cristo y la cultura hispana, era el mandato
de su Dios y de su Reina. Y así, al cabo
de apenas 50 años de aquel desembarco, en estas tierras nuevas, ya había
cientos de casas de formación, conventos, misiones, hospitales ¡y hasta
Universidades! ¡Heroicos fueron los esfuerzos y gigantescos sus frutos!
Mucho hizo España por estas
tierras y sus habitantes: “El rescate de los idiomas aborígenes que no tenían
escritura, elaborando diccionarios y las gramáticas; una catequesis abarcativa
de gran parte de las comunidades indígenas; una incorporación de ritos propios,
aun muy presentes en nuestro norte argentino; un desarrollo de las artesanías,
pintura y arquitectura propia; una música propia que, empezando por acompañar
las festividades religiosas, terminó produciendo bailes y cantos no solo
religiosos sino también profanos, que aun hoy están presentes en las raíces de
nuestro folclore popular…”
Pero sobre todo un código de
moral cristiana, característico de esta nueva raza que se levantaba sobre la
faz de la tierra; una raza que nada tenía que ver con genéticas, o pieles, sino
con una irrenunciable e innegable identidad cultural, desde la Patagonia a
tierras de México. Ninguna otra Nación podría haber realizado tan magna
empresa; España parecía preparada desde la eternidad esta tarea: la poderosa
España, la última en abandonar aquella fenomenal Era de la Cristiandad
Medieval, aquella que había recuperado sus tierras de la invasión musulmana
tras 500 años de incesante lucha; la que había mantenido incólume su identidad
vertebral, atravesada por Dios y por el tierno amor a su Madre; aquella identidad
conformada por el genio griego, el viril praxismo romano y las gestas heroicas
y caballerescas del Medioevo. Esta España es la que forjó el humus de la Patria,
caracterizada por primacías que jamás debieron dejar de ser: “la primacía de
espiritual sobre lo material; del ser sobre el pensar; de lo ético – moral sobre
lo científico – tecnológico; la primacía del orden natural por encima de cualquier
positivismo jurídico; la primacía de aquel poder que viene siempre de lo alto,
y que debe encontrar el mejor modo para ser ejercido en la tierra; la prioridad
de lo político sobre lo económico; de la honestidad y la honra sobre la codicia
y la avaricia”…
Esto, todo esto debía festejarse,
y de ahí el Día de la Raza, devenido luego en las Fiestas de la Hispanidad.
Pero esta empresa gigantesca, de la que solo podemos dar vanas pinceladas en
este breve momento, tuvo enemigos que hicieron de la epopeya española blanco de
escarnio, de injurias, perjurios y zancadillas, con pasquines bien elaborados y
distribuidos en los que nos enseñaban a renegar de nuestra herencia, que es
como renunciar a nuestra carne y a nuestra sangre; y así pasamos de festejar
este día a la falacia persuasiva de la maldición; hemosle puesto “Día del
Respeto a la Diversidad Cultural”, sin entender realmente qué es respeto, diversidad
y mucho menos Cultura; como si no fuera también cultura hispano americana, que
debemos reconocer como “criolla”, la de los wichís o los coyas, que expresan en
su canto, en su religiosidad popular o en su folclore la innegable presencia
española. Estos atomistas de la Cultura pretenden dividir para reinar, haciéndonos
perder en la vorágine de la no identidad. Pues no, para eso es la labor
educativa que debe regir la finalidad de este Colegio de y todas las escuelas
de la América hispana: asentarse en los perennes trascendentales del Bien, la
Verdad y la Belleza para mantener intactas aquellas primacías de la que hemos
hablado.
Con esta convicción saludamos a
toda la América bautizada; con aquel mismo saludo que hiciera poeta Juan Antonio
Cavestany:
“¡América grandiosa, soberbio
continente
Del ósculo que un día sello tu
casta frente,
Halló tu oculta fuerza tu noble
redención!
Hoy tienes en tus manos del
mundo la palanca.
¡Sé grande! Mas no olvides que
tu grandeza arranca
De España, de tu Madre, del beso
de Colón.”
Muchas gracias.